Namasté querida y querido.

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Recuerdo una etapa de mi vida en la que competir era mi forma natural de enfrentar cualquier desafío. Crecí con la idea de que para sobresalir en el mundo debía ser la mejor, y para lograrlo, tenía que superar a los demás. Esta mentalidad me llevó a perseguir el éxito con una intensidad que a veces me agotaba y me alejaba de las personas a mi alrededor.

Un día, en medio de uno de esos momentos de presión autoimpuesta, recibí una invitación para participar en un proyecto colaborativo con otras mujeres que compartían mis intereses. Al principio, dudé. Mi instinto competitivo me decía que debía proteger mis ideas y no compartirlas, que colaborar con otras personas podría diluir mi visión o incluso llevar a que otros se llevaran el crédito. Sin embargo, algo en mí me impulsó a decir que sí.

Cuando nos reunimos por primera vez, sentí una mezcla de nervios y curiosidad. Poco a poco, mientras compartíamos nuestras ideas, sueños y desafíos, me di cuenta de que no estaba sola. Cada una de nosotras tenía algo único que aportar, y la energía que se generó al colaborar superó cualquier cosa que hubiera experimentado en solitario. Descubrí que al compartir, no solo estaba aportando a los demás, sino que también recibía a cambio perspectivas, apoyo y un sentido de comunidad que nunca había sentido antes.

En lugar de preocuparme por quién estaba haciendo qué, comencé a enfocarme en cómo podíamos crecer juntas. Esa experiencia me enseñó que cuando dejamos de lado la competencia y nos abrimos a la colaboración, podemos crear algo mucho más grande y significativo. Compartir nuestras fortalezas y aprender unas de otras se convirtió en una fuente de inspiración y motivación constante.

Desde entonces, he aplicado este enfoque en diferentes áreas de mi vida. Cada vez que surge la tentación de competir, recuerdo aquella experiencia y el poder transformador de compartir. Aprendí que el verdadero éxito no se trata de estar por encima de los demás, sino de avanzar juntos hacia un objetivo común.

Hoy, valoro más la conexión que la competencia. Me doy cuenta de que el mundo es lo suficientemente grande para todos y que cada uno de nosotros tiene algo valioso que ofrecer. Compartir no solo enriquece nuestras vidas, sino que también nos permite crecer de maneras que nunca imaginamos.

En el episodio de hoy de Lo que creas, creas te cuento por qué es mejor compartir que competir.

Mi intención es mostrarte un nuevo camino que te permita fluir con la vida de forma más gentil, asertiva y amorosa. ¡Qué así sea! 

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Espero que esto te dé mucha luz.

Saprema.

Andrea ♥︎

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Rebeca Chacón